Reseña de prensa: Traditionis custodes en el contexto de la crisis actual (1)

Fuente: FSSPX Actualidad

Han sido muchos los comentarios y análisis sobre el Motu proprio Traditionis custodes este verano. Todos sitúan la decisión tomada por Francisco de limitar al máximo la celebración de la Misa tradicional, en el contexto de la crisis que actualmente sacude a la Iglesia, pero con perspectivas muy diferentes.

Un cuestionamiento de la "hermenéutica de la continuidad"

En Le Figaro del 14 de agosto, el cardenal Robert Sarah, exprefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, sin citar nunca el nombre del Papa, ve en el Motu proprio un cuestionamiento de lo que él llama "la credibilidad de la Iglesia".

En realidad, se trata sobre todo de un cuestionamiento de la "hermenéutica de la continuidad" defendida por Benedicto XVI, y de la coexistencia de los dos ritos deseada por Summorum Pontificum.

El prelado guineano escribe: "Más allá de la disputa de los ritos, lo que está en juego es la credibilidad de la Iglesia. Si la Iglesia afirma la continuidad entre lo que comúnmente se conoce como la misa de San Pío V y la misa de Pablo VI, entonces debe poder organizar su coexisencia pacífica y su mutuo enriquecimiento.

"Si una excluyera radicalmente a la otra, si se declararan irreconciliables, se reconocería implícitamente una ruptura y un cambio de dirección. Pero entonces la Iglesia ya no podría ofrecer al mundo esa sagrada continuidad que es la única que puede aportar la paz.

"Al mantener una guerra litúrgica dentro de ella, la Iglesia pierde su credibilidad y se vuelve sorda al llamamiento de los hombres. La paz litúrgica es el signo de la paz que la Iglesia puede aportar al mundo.

"Por tanto, el desafío es mucho más serio que una simple cuestión de disciplina. Si tuviera que asumir una reversión de su fe o de su liturgia, ¿cómo se atrevería la Iglesia a dirigirse al mundo? Su única legitimidad es su coherencia en su continuidad.

"Además, si los obispos, responsables de la coexistencia y el enriquecimiento mutuo de las dos formas litúrgicas, no ejercen su autoridad al respecto, corren el riesgo de ser no como pastores, guardianes de la fe, sino como líderes políticos: comisarios de la ideología del momento más que guardianes de la tradición perenne. Corren el riesgo de perder la confianza de los hombres de buena voluntad.

"Un padre no puede introducir desconfianza y división entre sus hijos fieles. No puede humillar a unos enfrentándolos a otros. No puede dejar de lado a algunos de sus sacerdotes. La paz y la unidad que la Iglesia pretende ofrecer al mundo deben experimentarse primero dentro de la Iglesia.

"En materia litúrgica, ni la violencia pastoral ni la ideología partidista han producido jamás frutos de unidad. El sufrimiento de los fieles y las expectativas del mundo son demasiado grandes para tomar estos caminos sin salida. ¡Nadie está de más en la Iglesia de Dios!"

Paradójicamente, el cardenal Sarah aboga por la coexistencia de los dos ritos en nombre de la unidad que, según él, "la hermenéutica de la continuidad" debe permitirnos obtener, mientras que el Papa Francisco rechaza esta coexistencia en nombre de la unidad que la sumisión al magisterio conciliar -y solo a él- debe procurar.

Una guerra civil en la Iglesia

En el diario italiano Il Foglio del 5 de agosto, se publicó una carta dirigida por un grupo de laicos al Papa. Esta carta abierta, que retoma el título del último libro de Andrea Riccardi, La Chiesa brucia, (La Iglesia Arde. Crisis y Futuro del Cristianismo), resalta la profunda angustia por la que atraviesa la Iglesia, transformada, según dicen los autores de la carta, en un "hospital de campaña" por las múltiples heridas que ha causado. Además, denuncian el fracaso de la Iglesia "saliente", tan alabada por Francisco.

Esta carta recuerda varias situaciones más o menos recientes: desde la falta de respuesta a los cardenales que cuestionaron al Papa Francisco sobre Amoris lætitia, hasta la historia de Enzo Bianchi [fundador de la comunidad ecuménica de Bose. Ed.], que parecía ser uno de los favoritos del Papa, incluida la destitución de muchas otras personalidades, como los cardenales Pell, Sarah y Burke.

La carta termina con una amarga declaración: estamos ante un clima "que se ha vuelto pesado, casi irrespirable", y "la Madre Iglesia parece cada vez más una madrastra que impone anatemas, excomuniones, comisarías [políticas], continuamente".

Los autores de la carta piden al Papa que ponga fin "a esta guerra civil en la Iglesia, como un padre que vela por el bien de todos sus hijos, y no como el líder de una corriente clerical que parece querer utilizar su autoridad monárquica hasta las últimas consecuencias, muchas veces más allá de los límites del derecho canónico, para lograr una agenda ideológica personal".