El gran vals de los decretos

Fuente: FSSPX Actualidad

Después de trastornar a las llamadas comunidades Ecclesia Dei mediante el motu proprio Traditionis custodes y su decreto de aplicación, documentos que derogan pura y simplemente las medidas tomadas por Benedicto XVI en Summorum pontificum, el Papa Francisco suavizó repentinamente las medidas mediante un nuevo decreto firmado el 11 de febrero de 2022.

Este texto está destinado específicamente a la Fraternidad San Pedro (FSSP). El Papa accedió así a las peticiones del superior del distrito de Francia y del rector del seminario de Wigratzbad, que fueron recibidos en audiencia por Francisco el 4 de febrero.

El comunicado de prensa oficial de la FSSP subraya que, durante esta audiencia, el Papa hizo hincapié en que los institutos como la Fraternidad San Pedro no deben verse afectados por las disposiciones generales del motu proprio Traditionis Custodes, ya que el uso de los libros litúrgicos antiguos está en el origen de su existencia y está previsto por sus constituciones.

Aunque el decreto solo menciona a la FSSP, se entiende que todos los institutos que se encuentran en la misma situación que esta Fraternidad están involucrados o pueden estarlo, si así lo solicitan.

El decreto de Francisco

Con benevolencia, el Papa "concedió" a los miembros de la sociedad, "la facultad de celebrar el sacrificio de la Misa, de administrar los sacramentos y otros ritos sagrados, y de realizar el Oficio Divino, según las ediciones típicas de los libros litúrgicos en vigor en el año 1962, es decir, el Misal, el Ritual, el Pontifical y el Breviario Romano".

Esta concesión, sin embargo, es válida solo en las casas del instituto, ya que "en cualquier otro lugar [los miembros] la usarán solo con el consentimiento del Ordinario del lugar, excepto para la celebración de la Misa privada".

Una última aclaración que invita a la reflexión: "El Santo Padre sugiere que, en la medida de lo posible, se tengan en cuenta las disposiciones del motu proprio Traditionis custodes".

Interpretaciones

Las reacciones no se hicieron esperar tras la publicación de este nuevo decreto.

Dada la falta de coherencia entre estas disposiciones prácticas y el marco establecido por Traditionis custodes, algunos no encuentran la lógica en los actos de gobierno de Francisco durante este período de su pontificado.

Otros ven en esto un mensaje a la Congregación para el Culto Divino, así como a los obispos más rígidos, a fin de recomendar una mayor flexibilidad en la aplicación de Traditionis custodes.

Otros lo ven como una medida de precaución para evitar antagonizar a algunos miembros de los institutos Ecclesia Dei, que parecían dispuestos a cruzar el Rubicón para oponerse enérgicamente a Traditionis custodes y a su severa aplicación promovida por monseñor Arthur Roche.

En todo caso, sería un error creer que este decreto regresa las cosas a un estado ante quo. No se trata de un retorno a la norma de Summorum pontificum, que fue derogada, sino solamente de una excepción a Traditionis custodes, que continúa vigente y sigue excluyendo la liturgia tradicional para toda la Iglesia. Esta observación requiere un estudio en profundidad.

Una concesión frágil

La reacción general en los círculos Ecclesia Dei fue de alivio, bastante comprensible a primera vista. Como dice el comunicado de prensa de la FSSP, los miembros del instituto leyeron el decreto como una "confirmación de su misión", una misión que implica "el uso de los libros litúrgicos antiguos [...] en el origen de su existencia y previstos por sus constituciones".

¿Pero no es la realidad más compleja?

Cabe señalar que el decreto habla precisamente de una concesión hecha por Francisco a la FSSP, y muy probablemente a otros que la solicitarán. El término "concesión" significa una excepción, una regla particular, en otras palabras, un privilegio. Esto conduce a distintas reflexiones.

En primer lugar, incluso unido a las constituciones de un instituto, un privilegio sigue siendo revocable en cualquier momento. En una situación tan frágil, es difícil no verlo flotando como una espada de Damocles, que el pasado reciente ha demostrado que se puede utilizar.

Sin embargo, esta amenaza en sí misma enmascara una fragilidad aún más profunda.

Una excepción que confirma la regla

En efecto, la situación así creada es la de una derogación, una excepción. La ley general no cambia. No solo no cambia, sino que la excepción misma es impotente para modificarla: no afecta su legitimidad.

Aceptar considerar la Misa tradicional como una excepción es, pues, admitir implícitamente la ley general que esta excepción presupone: esta lex orandi definida, según Traditionis custodes, únicamente por la misa nueva. Y es, por tanto, renunciar a combatirla con eficacia, y con ella, a la nueva doctrina que transmite: la del Concilio Vaticano II.

No sorprende, entonces, que la respuesta dada por los institutos Ecclesia Dei a la publicación de Traditionis custodes, el 31 de agosto de 2021, fuera una protesta de fidelidad al Concilio y sus secuelas. Desgraciadamente, esta era la respuesta que esperaban los enemigos de la Tradición.

Tampoco es de extrañar que, al "conceder" la celebración de la Misa tradicional, el Papa recuerde el valor invariable de Traditionis custodes. La excepción confirma la regla.

Así es como la situación creada por este "vals de los decretos" sitúa a los miembros de los institutos Ecclesia Dei, a pesar de su cierta buena voluntad, en una impotencia cada vez mayor para luchar eficazmente contra la crisis que está demoliendo a la Iglesia, y que subyace no solo ni principalmente en la debacle litúrgica, sino en la propagación de los errores modernos que han envenenado las almas desde el Concilio Vaticano II.

Un privilegio particular

Ciertamente, es importante celebrar la Misa y los sacramentos según la forma pulida por los siglos y la fe de la Iglesia. La Misa tradicional es, en efecto, la solución perfecta a la crisis de la Iglesia, ya que transmite en sí misma las verdades que se oponen a los errores modernos. Es necesario que estas verdades sean expresadas, aclaradas, enseñadas y usadas para el combate de la fe.

Pero para esto, la Misa debe ser reconocida por lo que es: el bien común de toda la Iglesia y no solo un bien particular.

La crisis litúrgica jamás podrá resolverse mediante una concesión otorgada a aquellos que quieren permanecer apegados al culto tradicional, porque un privilegio sigue siendo un bien particular y limitado. Concebir la Misa tradicional como un privilegio es, por lo tanto, restringir la influencia de la Misa misma. Tanto más cuanto que la autoridad que otorga estas concesiones considera esta forma obsoleta, y en cierto modo nula, al no ser ya, según Traditionis custodes, la lex orandi de la Iglesia.

Lo trágico de la situación que se acaba de crear es que, si se mira bien, quienes han recibido esta concesión, una especie de prisión que les prohíbe combatir los errores del Concilio, se han convertido en sus propios custodios. Custodios, lamentablemente, no de la Tradición, sino de su privilegio.