El crecimiento en la gracia de la Madre de Dios

Fuente: FSSPX Actualidad

Está escrito en el Evangelio de San Lucas que Jesús “crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 52). Pero los Padres y los teólogos señalan que este crecimiento, en lo que refiere a la sabiduría y la gracia, fue solo aparente.

En efecto, desde el primer instante de su existencia, Cristo poseía la gracia y la sabiduría perfectas, que no podían crecer más. Este “crecimiento” significa que el Verbo Encarnado manifestó estos dones según lo que correspondía a su edad.

Cristo poseía la gracia en su plenitud, toda entera, en la medida en que le es posible a una naturaleza humana poseerla, una gracia máxima. Hay otra razón que implica esta imposibilidad de crecer en la gracia: el hecho de que la humanidad de Cristo poseía la visión de Dios.

¿Y qué sucede con la Virgen María?

Dado que la plenitud absoluta de la gracia es propia de Cristo, como se dijo en el artículo de la semana pasada, la gracia de María podía aumentar. Esta gracia aumentó en Nuestra Señora hasta su entrada al Cielo.

Pero lo que debe considerarse, es la perfección de este aumento de la gracia en el alma de María. Como señala el Padre Réginald Garrigou-Lagrange, Santo Tomás formuló el principio de este maravilloso crecimiento en su Comentario sobre la Carta a los Hebreos.

“Alguno podría preguntar: ‘¿Por qué tenemos que crecer más y más en la fe y en el amor?’ Es que el movimiento natural se vuelve más rápido cuanto más se acerca a su fin [el fin que atrae]. El Padre Garrigou-Lagrange comenta este texto con la caída de los cuerpos que se “acelera uniformemente”, según la ley de la gravitación universal.

“Ahora bien”, continúa Santo Tomás, “la gracia perfecciona e inclina al bien, como la naturaleza [como una segunda naturaleza]; de ello se deduce, por tanto, que quienes se encuentran en estado de gracia deben crecer más en la caridad cuanto más se acercan a su último fin [y son más atraídos por él]”.

Por tanto, el santo doctor afirma que, para los santos, la intensidad de su vida espiritual se acentúa cada vez más a medida que se acercan a Dios y se sienten más atraídos por Él. Esta es la ley de la atracción universal, según el orden espiritual. Así como los cuerpos se atraen, cuanto más se acercan, así también las almas justas son atraídas por Dios cuanto más se acercan a Él.

Este progreso cada vez más rápido existió sobre todo en la vida en la tierra de la Santísima Virgen, porque en ella no había ningún obstáculo, freno ni disminución, ningún retraso en las cosas terrenales ni en ella misma.

Y este progreso espiritual en María fue tanto más intenso cuanto mayor fue la velocidad inicial o la primera gracia. Por tanto, había en María una maravillosa aceleración del amor de Dios, una aceleración de la cual la de la gravitación de los cuerpos no es más que una imagen distante.

Por consiguiente, es preciso afirmar que la gracia de la Madre de Dios aumentó de manera sublime durante su vida, hasta el momento de la Asunción. Es imposible imaginar un crecimiento en la gracia más perfecto. Por eso ella es el modelo de este crecimiento, como lo es también de la fe y la esperanza.

¿Cuál fue el grado alcanzado por la Virgen María cuando se unió a su Hijo en el Cielo? Es cierto que la gloria de María en el Cielo supera a la de todos los santos juntos.

Por consiguiente, los méritos de María fueron siempre más perfectos; su corazón muy puro se dilataba cada vez más, por así decirlo, y su capacidad divina aumentaba según la palabra del Salmo CXVIII, 32: “Corro en el camino de tus mandamientos, Señor, porque dilataste mi corazón”.